Por Lucía Callén
En su libro En busca de Spinoza, Antonio Damasio plantea que “sentir es la variedad más elemental de cognición.” Este proceso primario del cerebro, originado en nuestros sentidos, precede a nuestra capacidad de seleccionar, organizar e interpretar esas sensaciones a través de representaciones e imágenes mentales. Este segundo proceso, la percepción, es el tejido mental que nos permite construir imágenes subjetivas de nuestras experiencias, dejando en ellas una huella emocional.
Nuestra habilidad para reconocer y experimentar sensaciones, ideas, y percepciones se debe no solo a que poseemos un cuerpo con capacidades sensoperceptivas, sino también a un sistema interno, el sistema nervioso, capaz de representarse a sí mismo. Sin embargo, es en esa representación, a menudo rígida y oxidada, donde solemos quedar atrapados. La compulsión de nombrar, interpretar, etiquetar y juzgar asfixia la vasta y salvaje selva del sentir, donde habita la eternidad del presente.
En la danza Butoh, entrenamos para ensanchar el espacio entre estos dos procesos cognitivos: sentir y percibir. De esta manera, permitimos que la mente explore territorios desconocidos, dejando al cuerpo moverse a través de hilos imprevistos, flotando en la incertidumbre del sentir sin necesidad de nombrar, y dando paso a la manifestación de lo invisible, permitiendo así otra forma de percepción no sesgada por el condicionamiento cultural.
Así, nuestra danza se convierte en un nido de renacimiento, recreándose en la impermanencia del presente, un espacio seguro donde enfrentar los aspectos más difíciles y complejos de nuestra existencia, y transformarlos en poesía encarnada. Es en este espacio donde nuestro inconsciente puede liberar contenidos reprimidos, transformándolos mediante el juego de reconstrucción de nuestras ficciones internas.
Como bien señala la bailarina Maureen Freehill: «Cuando permitimos aflorar de forma natural los aspectos reprimidos o tabú de la vida y el alma a través del cuerpo y el arte, la ligereza y la alegría amorosa también se revelan.»
Pero surge una pregunta fundamental: ¿podemos realmente cambiar nuestros sentimientos alterando la representación de nuestras imágenes mentales?
Desde las primeras manifestaciones artísticas, como las pinturas rupestres, los humanos han utilizado la representación como un vehículo para la preparación psíquica. Lo que llamamos Arte no es otra cosa que la capacidad de imaginar un horizonte de piel más amplio, de ensanchar los límites de lo que creemos ser hacia el nuevo ser posible.
Entonces solo tenemos una manera de comprobarlo: danzar, danzar y danzar, hasta que tu danza sea tan solo la más pura esencia destilada de un sentir.
BIBLIOGRAFÍA
- Damasio, Antonio. En busca de Spinoza. Neurobiología de las emociones y los sentimientos. Booket, 2003